La escritora canadiense, Lucie Dufresne, recrea en su novela El hechizo de Chichén Itzá la lucha de esta etnia por su supervivencia, a través del amor y las intrigas
Agencia Excélsior/CIUDAD DE MÉXICO.
Manik, una mujer maya que vive en la urbe cosmopolita de Chichén Itz–á, que acababa de enfrentar cien años de sequía, imagina que es la encarnación de su abuela, una maga, pues también tiene dones para entender a los espíritus, para pintar y posee mucha intuición.
Ésta es la heroína de la novela El hechizo de Chichén Itzá (Grijalbo), de la escritora canadiense Lucie Dufresne (1951), que se desarrolla hacia el año 890 de nuestra era en una ciudad que acaba de recibir a cientos de migrantes provenientes de Mutal en busca de suelos más fértiles.
Manik está casada con Pilotl, un comerciante tolteca “belicoso e hipermachista”, y se enamora de Tsoltan, un chamán que sabe hablar con los animales, siempre anda con dos jaguares, posee grandes conocimientos de las plantas y que se transforma a sí mismo en un “nuiai”, una especie de ángel guardián.
La historia que recrea la también geógrafa echa luz sobre los amores y las intrigas en torno a la caída del Imperio maya; pero también sobre la problemática social y económica de esta sociedad.
La vida de los mayas está rodeada por magia: cada objeto tiene vida, cada piedra tiene una historia, los alushes o fantasmas, los árboles tienen personalidades, están rodeados de espíritus que salen de las cuevas”, comenta Dufresne en entrevista con Excélsior.
Sin embargo, también han tenido una historia difícil. La caída de esta civilización duró más de 200 años, fue una larga agonía.
Enfrentaron una sequía que duró del año 800 al 1000 d.C.; y en el año 1000, cuando ya se empezaba a reforestar la península, se instalaron en Chichén Itzá, pero en el 1200 volvió otra sequía muy fuerte”, explica.
Tras más de 40 años de recorrer la región maya, de estudiar la cultura de esta etnia y vivir en las poblaciones rurales de Yucatán y Quintana Roo, donde aún pasa la mitad del año, la narradora detalla que Chichén era una ciudad vital. “Había gente de varios lugares: los locales, los mayas antiguos, los migrantes y los comerciantes del Anáhuac, que llegaron para aprovechar los recursos, concentrar la riqueza e irse. “Pero no había igualdad, los toltecas tenían armas.
Había miel, algodón, pero la principal riqueza era la sal, las salinas de río Lagartos, es lo que los toltecas querían controlar para llevarlo al centro de México”, agrega.
La autora de Nieve maya (2009) y El escriba del imperio maya (2012) añade que “los mayas eran dominados de alguna manera por los toltecas; pero, como éstos eran pocos y no podían enfrentarse con los locales, tuvieron que negociar y el truco era casarse con las mujeres de la élite, para tener derecho de hablar en el Consejo y poseer tierras y casas. Luego hicieron una ley que impedía a las mujeres mayas casarse con extranjeros”. Señala que El hechizo… es el cuento de esos migrantes que intentan hacer una nueva vida en un lugar árido.
En la novela triunfa el amor, pero también la política. Los mayas están convencidos de que sus hijos seguirán con sus luchas y preservarán su cultura y su identidad”.
Dufresne asegura que lo anterior se puede constatar hasta la fecha. “Hice mi doctorado sobre los pueblos del sur de Yucatán y comparé cómo son visibles aún los rasgos de la guerra de castas, que duró hasta 1950, y cómo Cancún cambió este paisaje.
Todavía en los años 80 había programas generosos para los indios ‘buenos’, que se aliaron con los españoles, y apoyos raquíticos para los indios ‘malos’, con la idea de dejarlos en la miseria”, dice.