La poeta siria visitó México para presentar Almas con pies desnudos, su antología que retrata la crueldad en contra de la mujer del siglo XXI
Agencia Excélsior
“La poesía también puede ser una navaja que busca extinguir la maldad, pero también es la ternura, esa caricia que intenta hacer más sensible al otro”, expresa la poeta Maram Al-Masri (Latakia, Siria, 1962), quien hace unos días visitó México para presentar Almas con pies desnudos, una antología con 50 poemas que retratan los múltiples tipos de violencia contra la mujer.
Hacer este libro no fue fácil, explica a Excélsior la poeta que ha ganado premios como el Adonis del Foro Cultural Libanés a la mejor creación árabe y el Laurentum de Poesía Dante Alighieri, porque su intención fue traducir y condensar muchas de las historias que ha escuchado en voz de mujeres que han vivido sobre un ring donde les tunden golpes y gritos.
En este caso, la poeta optó por crear coordenadas de identidad (nombres) para cada poema. “Pero en todos los casos no traté de hacer la realidad más bella ni más fea, simplemente intenté ser lo más fiel posible a las historias de esas mujeres y a la poesía”.
Así que, al ver esta antología, publicada por Círculo de Poesía Ediciones, ella se mira como una suerte de novelista o como una detective que escudriña las claves de la violencia, “porque tengo muchos elementos que me permiten entrar en la vida de esas mujeres y ésa es una de las razones por las cuales pienso que los poetas estamos por todos lados y que pueden ocupar cualquier oficio”.
Y añade: “Puedo ser maestra, bailarina, abogada, mesera, peluquera; puedo tener cualquier oficio para poder gritar la poesía y también, a veces, me pregunto si yo escribo la poesía o si es ella quien me escribe.
“Otras veces hay esta especie de magia que ocurre con la poesía, donde no sabes cómo llegaste al final del verso, porque la palabra a veces te toma de la mano y todo se encadena, todo sigue y llegas hasta el final de tu poema”, explica, como cuando escribe: “Con el dinero de su brazalete de oro/ Fátima/ pudo comprarse/ otra virginidad./ Pero no pudo/ rescatar su infancia”.
La poesía de Maram Al-Masri es un testimonio vivo, un grito sosegado que apuesta por la memoria.
“Yo creo que estos poemas sí lograron salvar a algunas mujeres con quienes hablé para hacer este poemario, porque después de la publicación muchas mujeres tuvieron la fuerza para ser libres. Una de ellas, que se llama Leila, es ahora activista y colabora con una asociación que defiende a las mujeres víctimas de violencias conyugales”, apunta.
Con otras mujeres, Maram Al-Masri realiza talleres literarios y les ayuda a construir sus propios poemas, en particular a esas mujeres que no saben leer ni escribir en su lengua nativa y que tratan de articular lo que viven en francés.
“Así que, cuando la poesía entra en la vida de esas mujeres, se abre una ventana que antes no existía y entonces me pregunto: ‘¿Será que tengo derecho de cambiar, radicalmente, la vida de esas mujeres?’ Y me repito esa pregunta a pesar de que en esos espacios abiertos de poesía, las mujeres han encontrado una forma de dignidad y son felices”, cuestiona.
¿Usted también ha sufrido violencia?, se le pregunta a la poeta. “Quise escribir cuando me pregunté cuántas mujeres de las que vemos en la calle sufren violencia sin saber lo que callan. Y aquí hay una historia. En una ocasión, al salir del metro en París, vi a una mujer bella con un hermoso bebé en brazos. Ella caminaba y parecía feliz. Entonces me pregunté si esa mujer podría ser víctima de violencia conyugal.
“Aquel día, al llegar al centro en contra de la violencia hacia las mujeres, donde daba un taller, volví a ver a la misma mujer y estaba ahí para hablar de las violencias que ella misma sufría. Ahí me pregunté cuántas mujeres vemos así: que sonríen y parecen felices —como cuando me ven a mí— y uno no imagina que son mujeres heridas”, reconoce.
La propia poeta describe su acercamiento a la violencia de la siguiente forma: “Cuando recibí la primera bofetada, que por desgracia se vio seguida de muchas otras, físicas o morales, como es el caso de tantas mujeres a las que se trata con una u otra forma de crueldad corporal o moral… ¿Qué hice? Lloré amargamente de impotencia”.
Después le arrebataron a su primer hijo y sublimó el sufrimiento en forma de poesía.
“Hay mucho dolor al escribir. A veces lloro mientras escribo, en particular esos poemas donde está la voz de los niños, que entonces me hicieron preguntar cuántos poetas en el mundo escriben con sus lágrimas”, concluye.