Las escritoras Susi Bentzulul, Ethel Krauze y Carmen Boullosa coinciden en que es tiempo de que las mujeres sanen a través de la palabra y la lucha
Agencia Excélsior
Almas heridas, Cuerpos y sentimientos despojados y Voces silenciadas. Así, como divide la escritora maya tzotzil Susi Bentzulul (1995) su primer poemario, viven hoy en día las mujeres no sólo en México, sino en el mundo. Palabras como agonía, angustia, dolor, silencio, muerte y olvido marcan sus vidas; pero también esperanza, fe, valentía, lucha, fuerza, rebeldía y solidaridad.
Por esta razón, coinciden las escritoras Bentzulul, Ethel Krauze y Carmen Boullosa, es vital que las mujeres hablen, denuncien, nombren, escriban y compartan sus historias, porque “la palabra sana heridas” y permite reconstruirse.
Es tiempo de las mujeres, es momento de contar nuestras historias de vida, su rescate es vital”, afirma Krauze. “Todas las mujeres son seres extraordinarios y lo tenemos silenciado, lo tenemos no dicho, guardado; son como silencios de oro que deben reverberar y convertirse en palabras, un legado para las futuras generaciones”, agrega.
Estas historias de vida forman parte del acervo y la cultura. Hay que rescatarlo, ya sea a nivel familiar, como herencia para tus hijas y nietas, o porque lo quieras publicar. Me parece importante ir creando esta cultura escrita, hay mucho trabajo qué hacer ahí. Es como si abrieras una caja mágica”, considera la poeta y narradora.
Una caja que, en ocasiones, puede ser de pandora y al abrirla se liberan todos los males que carcomen el alma, admite Bentzulul, quien evoca en su poemario Mujeres olvidadas (Tenbilal antsetik) historias de niñas indígenas violadas por sus padres o sus hermanos, madres golpeadas o asesinadas y abuelas que murieron sin saber distinguir las violencias.
Es algo que sigue latente en México y en el mundo. Son historias crudas, dolorosas, difíciles de digerir, pero es lo que estamos viviendo a diario. Es necesario denunciar, hablar, dar voz a aquellas compañeras que han quedado en el olvido.
Me centro en mujeres tzotziles; sin embargo, es algo que permea en muchas ciudades y países. La poesía nos da la oportunidad de nombrarlo. Es un libro político, revolucionario, que da cuenta de lo que estamos viviendo”, explica.
Las niñas, las madres y las abuelas indígenas tienen heridas que sangran, se beben su dolor, su piel está arañada y su boca cosida por el miedo”, describe en sus versos la licenciada en Lengua y Cultura y maestra en Estudios e Intervención Feministas.
La historia de mis abuelas, paterna y materna, es dolorosa. Ellas fallecieron sin poder nombrar las violencias físicas y sexuales que enfrentaron, porque dentro de la comunidad estaba muy normalizado y naturalizado a través de las normas comunitarias.
Escribo para darles voz a las ancestras que quedaron encerradas, enterradas en el olvido; y que es necesario traerlas ahora para poder sanar. La palabra sana las heridas al nombrarlas, son una manera de catarsis”, detalla.
Es un poemario oscuro que nombra las cosas que no se nombran, es para sanar mi niña interior, también me involucra”, confiesa quien destaca que no es necesario integrarse a los feminismos, que lo importante es luchar desde la trinchera de cada una.
Por su parte, Boullosa dice que siente “una enorme esperanza” al ver la lucha de las mujeres. “Me encanta la diversidad de feminismos. Me lleva a hincarme ver las manifestaciones de tumultos de mujeres, me conmueve, me alegra. Entiendo la furia, la alegría, porque todo está tan cargado; lo comprendo y lo necesitamos.
Me gusta esta selva de feminismos, que a veces no quieren hablar entre sí, que se pelean feamente; me parece que era muy necesaria. Admiro a las pioneras, a María de Zayas en el siglo XVI, pienso en Flora Tristán imprimiendo su propio libro y llevándolo de pueblo en pueblo, en Martha Acevedo y Marta Lamas. ¿Qué hubiera sido de nosotras sin ellas, en tantos sentidos?”, indica la novelista y poeta.
Y, por fin, esta masa del movimiento de mujeres. De esto va a salir algo bueno, no me cabe la menor duda. Siento que no todo está perdido. Ante la violencia de los feminicidios y los desaparecidos, el futuro está en los feminismos”, concluye.
EL BORDADO COMO DENUNCIA
Callan a una, gritamos todas”, “No se va a caer, lo vamos a deshilachar”, “La lucha es en todos los frentes”, “Ningún patriarcado hará la revolución”, “No estoy para servirte” y “Por un mundo sin hegemonía”. Éstas son algunas de las ideas que se pueden leer, tejidas en hilos de colores, en las 180 obras que integran la exposición Mujeres que bordan, manos que denuncian, que se exhibe a partir de hoy en el Museo de las Constituciones de la UNAM.
Con la idea de visibilizar la violencia de género, bordadoras de Guanajuato, Sinaloa, Querétaro, Veracruz, Tlaxcala y CDMX hilvanan historias, consignas e imágenes que invitan a reflexionar sobre el tema en el marco del Día Internacional de la Mujer, que se conmemora hoy.
La muestra integra piezas en diferentes formatos y técnicas, cuyos temas principales son el posicionamiento frente a la violencia de género, la denuncia y la solidaridad entre mujeres, la narración de historias, la elaboración de consignas y el tejido de emociones e imágenes que constituyen también un homenaje a sus ancestras, a las madres y las abuelas”, detalla el recinto en un comunicado.
Esta iniciativa es el resultado de la reflexión y la acción colectiva de mujeres de diferentes edades y formación, “con el corazón batiente y la puntada firme”, que inició en 2021. Nació como un taller de bordado y se convirtió en la colectiva Lunas Violetas que, además de convocar a bordadoras y no bordadoras, invitó a colegas de museos a replicar círculos de bordado en sus espacios.
Mujeres que bordan, manos que denuncian permanecerá abierta hasta el 30 de junio.