A dos meses del asesinato del bailarín Maximiliano Corrales, crecen las movilizaciones, mientras autoridades buscan a los culpables
Agencia Excélsior
A más de dos meses del violento asesinato del joven bailarín Maximiliano Corrales García, cinco movilizaciones pacíficas realizadas en las ciudades de Cuernavaca, Oaxaca, Culiacán, Cosalá y la Ciudad de México despertaron la atención del gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, quien ha salido al paso para decir —por fin— que ha girado instrucciones para encontrar a los responsables del terrible suceso.
Maximiliano, bailarín egresado de la Escuela Profesional de Danza Contemporánea de Mazatlán, se perfilaba con posibilidades de convertirse en un artista de talla mundial. Hasta poco antes de su muerte bailó bajo la dirección de Francisco Córdoba, director de Physical Momentum, en el Festival Cervantino de Guanajuato; en el Conjunto Santander de Guadalajara, Jalisco y en el Teatro Esperanza Iris de la Ciudad de México.
Nacido en Cosalá y cobijado por sus padres, que se dedican a la danza, Maximiliano, inquieto desde niño, también bailaba break dance, aprendido con grupos callejeros de diversas ciudades. Bailaba en los semáforos sin que le pareciera degradante y gozaba el desplegar sus aptitudes ante atónitos automovilistas. A la vez, se desempeñaba como maestro, bailarín y coreógrafo de la compañía Joven Danza de Sinaloa en Culiacán, del gobierno de esa ciudad presidida por el también bailarín Carlos Zamora.
Hasta ahora, lo único que se sabe de sus últimos momentos con vida el 18 de abril —mayormente investigado por la familia— son los videos de las cámaras aledañas con imágenes que muestran por segundos a un relajado Max entrando a un Oxxo, ubicado a cinco minutos de su casa y salir cargando leche y huevos. Eran las 8:00 pm y nadie reporta haber visto ninguna detención o “levantón”. Simplemente desapareció.
Según declaraciones de sus amigos, que, preocupados por su ausencia lo fueron a buscar a su departamento, había dejado la puerta emparejada, el aire acondicionado y las luces prendidas. Se llevó su cartera y nada más. El día 21, Max apareció en el río Tamazula, lo identificaron por sus tatuajes. Tenía varios días muerto, el cráneo deshecho y múltiples contusiones.
El departamento de Maximiliano fue revisado por la policía y quedó restringida a la entrada de cualquier persona. La administradora y la dueña exigieron a la madre de Max que sacara todas las cosas de inmediato, les urgía rentar el espacio y dieron la entrada con copias de las llaves a un trabajador para reparar algo.
Al presentarse a recoger las cosas de Max, Laura García se dio cuenta de que la chapa de la puerta había sido forzada. Ella y su exesposo lo informaron a la Fiscalía, pero era tal la negligencia, que incluso dejaron de contestarles el teléfono.
Laura García se movilizó para hacer mantas y colgarlas en Culiacán, Cosalá y Mazatlán. Amigos y colegas de Max decidieron tomar las calles de forma pacífica y bailar el 30 de junio. Otras ciudades se preparan para hacer lo mismo.