El escritor británico Ian McEwan, habla sobre su más reciente novela, Lecciones, cuya traducción se publicará en México en noviembre
Agencia Excélsior
Aunque una persona no lea los periódicos o no siga los acontecimientos públicos, la realidad marca su sentimiento de optimismo o de pesimismo, es decir, todo eso viene definido por cómo te empujan o impactan todos esos acontecimientos”, afirma el escritor británico Ian McEwan, uno de los autores más importantes de nuestro tiempo y candidato permanente al Premio Nobel de Literatura, quien publicará en noviembre próximo la traducción de Lecciones, su más reciente novela.
En esta nueva entrega, el también autor de Expiación y Máquinas como yo, cuenta la historia de Roland Baines, un hijo de la posguerra que atraviesa la noche eterna de conflictos históricos como la crisis de Suez, los misiles de Cuba, la caída del Muro de Berlín, el accidente de Chernóbil, el Brexit y la pandemia, en donde bordea temas como el amor, la paternidad, el dolor, la memoria, la pérdida, los traumas, y la guerra, demostrando los efectos del azar y la relación entre la historia y la vida cotidiana.
Todo eso me interesa. Hace dos días recibí una carta de alguien que estuvo en el mismo internado que Roland –protagonista de Lecciones– en la que me contaba cómo él tuvo una discusión intensa con el profesor de biología, cuando tenía 16 años, pero como estaba tan confundido y enfadado… abandonó la escuela. No se quedó a estudiar los dos últimos años y no ingresó a la universidad, como Roland.
Y no es que sea una vida fracasada, pero al huir como lo hizo Roland (de su profesora de piano, para no casarse con ella) su vida adoptó un curso distinto y eso me fascina no sólo en la novela, sino en la vida de toda la gente, es decir, cómo hay pequeños acontecimientos que te empujan en otra dirección. Así que puedes tomar una decisión fatal cuando eres joven, por ejemplo, cuando alguien se casa con la persona equivocada, pero al final todo esto tiene que ver con el libre albedrío y esa idea de que somos los responsables de nuestra vida o si somos las víctimas del azar y de decisiones que van tomándose”, relata durante una charla con medios de México, Chile y Argentina.
McEwan también considera que ésta es también una historia de guerra y no sólo un relato persona. “Es la intersección de la Segunda Guerra Mundial en vidas privadas, eso es clave, cómo esos acontecimientos mayúsculos tienen la capacidad de entrar en nuestras vidas personales, en niveles tan íntimos, y como no sólo es una cuestión de soldados y de gente que se queda atrás, de niños, niñas y los hijos que tienen vidas rotas por esos acontecimientos.
Para mí fue importante aunar estas dos líneas: la Segunda Guerra Mundial y algunas de sus consecuencias… con todo el caos que eso genera; es el trauma que propicia una guerra en nuestro país, con miles o millones de niños que están empezando una nueva vida por la guerra y sus vidas se han visto absolutamente alteradas por la guerra en Ucrania. A menudo se dice que la novela es una de las maquinarias más bellas que hemos inventado para investigar la vida privada y la relación de ésta con la sociedad en el sentido más amplio. Sin embargo, la guerra es una máquina brutal para entrar también en muchas vidas privadas”, asevera.
¿Qué papel tiene la ficción y la no ficción en este entramado? “Las novelas tienen tentáculos muy largos y penetran en las mentes de otras personas. Es realmente el regalo de la novela y no creo que esto lo dé alguna serie de televisión, el teatro o la poesía. La novela es la mejor manera de ilustrar el flujo de la conciencia”.
¿Cualquier vida puede ser novelable o interesante? “Para el novelista que elige a una persona concreta, por muy común que sea, puede contener un microcosmos dentro de un contexto de modernidad, de ciudad o en un entorno urbano. Muchos novelistas lo han intentado y una de las exploraciones más brillantes de un personaje es John Updike con Tetralogía.
¿Cuál es su relación con la tecnología? “Lamento muchas cosas de internet, una de las cuales es que ha acabado con la soledad. En los años 70, si tenías que esperar el equipaje en un aeropuerto, simplemente esperabas el equipaje y estabas con tus ensoñaciones. Ahora todos están pegados con la nariz (al celular). Antes la gente soñaba despierta, ahora hemos perdido ese gran lujo”, concluye.