En México hay unos 523 niños y niñas en cárceles, en donde enfrentan condiciones poco favorables para su desarrollo y sólo la tercera parte pasa tiempo en un entorno adecuado como las ludotecas
Agencia Excélsior
Daniel tiene tres años, su color favorito es el rojo, sueña con ser superman y todas las noches, antes de dormirse, lee un cuento junto a su mamá.
Ésa parecería la rutina de miles de niños mexicanos, pero para Dani esos cuentos los imagina dentro de otro cuento, uno que no es en la escuela ni en un cuarto con vista al parque, es uno entre rejas y en compañía de decenas de mujeres privadas de su libertad.
Él sabe que pronto debe dejar la cárcel en la que su mamá cumple sentencia, pero tiene la firme convicción de volverse superman para “regresar volando por ella”.
La historia de Dani no es exclusiva, se calcula que la infancia entre rejas la enfrentan 523 niños y niñas que viven con sus madres en centros penitenciarios, pero de ellos, sólo la tercera parte crece en un entorno adaptado a sus necesidades, pues, de los 300 penales que hay en el país, únicamente existen 27 espacios de educación temprana, tres ludotecas y cuatro bebetecas.
“Urgen políticas públicas enfocadas a estos niños y niñas, pues su desarrollo requiere especial atención y son infancias olvidadas que se convierten en futuros inciertos”, comentó a Excélsior el coordinador de la organización Tejiendo Redes Infancia en América Latina y el Caribe, Juan Martín Pérez.
“En tres años, su vivencia y su recuerdo no será la cárcel, será el vínculo materno, por ello es importante la calidad del vínculo y esto depende tanto de la formación que tenga la madre, como del entorno seguro, porque la madre le va a transmitir lo que viva”, indicó.
Por ello —subrayó— “un factor determinante es la obligación que tienen las autoridades de garantizar que niños y niñas y sus madres estén en un entorno seguro, en el que no se jueguen la vida”.
“Sabemos que muchas cárceles tienen autogobierno, que eso hace complicado que una madre pueda estar con su hijo en un espacio carcelario y eso ha reducido muchísimo el número de niños y niñas. Conforme ha ido avanzando el control de los grupos criminales de las cárceles y también la privatización de cárceles, pues ya hay varias gestionadas por empresas, hay menos niñas y niños”, destacó Pérez.
Aunque en 2016 se establecieron en el artículo 10 de la Lay Nacional de Ejecución Penal los derechos de las mujeres privadas de su libertad, así como los de los niños que viven en reclusión, el último estudio y pronunciamiento que hizo al respecto el Congreso de la Unión, fue en 2020.
De acuerdo con el Observatorio de Prisiones, los 27 espacios de educación temprana se encuentran principalmente en Michoacán (12), en tanto que, en Coahuila, Chihuahua, San Luis Potosí y Yucatán tienen dos y Chiapas, Ciudad de México, Jalisco, Estado de México, Querétaro y Veracruz tienen uno.
A pesar de que la ley establece separar a la población carcelaria, en el país sólo existen 18 penales exclusivos para mujeres, un centro federal y 91 centros mixtos.
Alejandra Acevedo, presidenta de Grupo Pro Niñez y quien conoció la situación que viven esos niños al estar en prisión durante cuatro meses, comentó que “independientemente de que a los niños se les permite tener sus juguetes y sus cosas, no es lo mismo un espacio de convivencia, de juego, en donde puedan hacer una dinámica social diferente, además la maternidad en prisión es muy diferente, hay una sobreprotección impresionante, y la estimulación cognitiva”.
“El impacto que una ludoteca puede crear en los niños, tanto en su desarrollo emocional como en el socioafectivo, actúa como un espacio terapéutico, ayuda a procesar emociones, reducir ansiedad, fortalecer la autoestima de los niños a través del juego y fomenta las habilidades sociales de los niños, quienes aprenden a compartir, a cooperar, a resolver conflictos y todo lo relacionado con su aprendizaje que es fundamental para su desarrollo”, señaló.
Entre los desafíos que ve está “sensibilizar a las autoridades penitenciarias sobre el desarrollo de los niños en estos primeros tres años, la verdad es que falta de experiencia, pues quieren incluir en estos niños de 0 a 3 años un tipo de educación inicial parecida a la educación que existe tradicional y lo más importante es que fortalezcan el vínculo con su mamá, que jueguen con ella, que la abracen”, refirió.
Otras de las fundaciones que luchan para que esos niños tengan un sano desarrollo es Reinserta que trabaja con “mamás, papás y los chiquillos que nacen y crecen en la cárcel y luego salen. En casos, por ejemplo, en los que los tenemos que referir a alguna casa hogar, siguen acudiendo a atención psicológica en nuestro centro de atención y, mientras seguimos trabajando con sus papás, también mantenemos esa conexión con los pequeños”, detalló a este diario Isabella Sánchez, coordinadora de Intervención Edomex en esa organización.
Reinserta trabaja mediante bebetecas en cuatro centros penitenciarios, en el Estado de México en el de Ecatepec, en el de Santa Martha Acatitla en la Ciudad de México (femenil y varonil), así como en el Reclusorio Sur. En Santa Martha actualmente hay 45 niños, debido a que es el único penal que permite que vivan ahí hasta los seis años.
Mediante talleres de escuela para madres y padres, orientan sobre la estimulación temprana y la paciencia, pues “en el contexto en el que viven, hay mamás que no se dan cuenta de que están siendo violentas con sus hijos”.
Las experiencias que viven los niños entre rejas están llenas de claroscuros. Sánchez señaló que entre los desafíos que enfrentan está la sana alimentación de los pequeños. “En Santa Martha me tocó ver cómo a un bebé de ocho meses le dieron una milanesa licuada”, lamentó.
Pero también celebró las sonrisas que logran sacarles, tal es el caso de un niño que fue parte de una excursión a la playa y en el camino de vuelta al centro penitenciario “cerró sus ojos muy fuerte y me dijo: no los quiero abrir, para no olvidar cómo es la playa y poderle contar a mi mamá todo lo que vi”.
Vulnerables, los que se quedan afuera
Juan Martín Pérez alertó que otro grupo al que las autoridades deben voltear a ver son los otros hijos de las mujeres privadas de su libertad, los que se quedan afuera.
“Muchas no sólo tienen al niño que vive en prisión, también afuera las esperan otros menores de 16 años y que están creciendo sin su madre y en un entorno en el que los estigmatizaron por ser hijos de la secuestradora, la asesina, etcétera, y que cuando su hermanito o hermanita sale de la cárcel al cumplir tres años, debe hacerse cargo de él o ella”.
“Si privas de la libertad a la madre y la dejas sin sus hijos que tengan menos de 13 años, todas las afectaciones son gravísimas para ellos, como pérdida de vínculos afectivos, que anden saltando de casa en casa, riesgos de abuso sexual, de abandono de escuela, incluso riesgo de trayectorias criminales, entonces, a la sociedad le sale más caro, por lo que se podría considerar, en casos de delitos que no son de alto impacto, como en Uruguay, la prisión domiciliaria”.
“Pero para eso requieres una visión de Estado avanzada, progresista y de derechos humanos”, agregó.