Por Doctorando Julio César Cué Busto
Primera parte
Ha pasado más de un siglo desde que John Carson, policía estadounidense, inventó en 1921 un supuesto detector de mentiras, perfeccionado posteriormente por Leonard Keeler entre las décadas de 1930 y 1940. Hoy en día, se le conoce como polígrafo, y su aplicación arbitraria es una de las causas de los problemas en las instituciones de seguridad y justicia. Su uso genera una considerable cantidad de falsos positivos, es decir, personas que presentan reacciones fisiológicas ante las preguntas formuladas por los poligrafistas, pero que no necesariamente significan que están mintiendo.
Este aparato ha sido calificado por la comunidad científica como no confiable. Personalmente, he sido sometido a este examen en cerca de treinta ocasiones, de las cuales solo en una obtuve un resultado «apto». En aquella ocasión, el poligrafista que me evaluó me comentó que había tomado un curso de especialización en el que expertos estadounidenses les recomendaron evitar formular preguntas relacionadas con experiencias previas del entrevistado.
Se supone que el polígrafo mide diversas respuestas fisiológicas del cuerpo, como el ritmo cardíaco, la presión arterial y la respiración, bajo la premisa de que estos cambios pueden indicar si una persona miente. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que estas reacciones no son exclusivas de la mentira y pueden deberse a múltiples factores, como el nerviosismo, el miedo o el estrés.
Diversas instituciones, entre ellas la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y la Asociación Americana de Psicología, han cuestionado la eficacia del polígrafo. Además, países como, Alemania, Canadá, Francia, Italia y Reino Unido consideran que este dispositivo no es confiable y que sus resultados no constituyen evidencia fehaciente de la honorabilidad de los evaluados. A pesar de ello, en México sigue utilizándose como filtro de ingreso, promoción y evaluación de confianza en cuerpos de seguridad y otras instituciones gubernamentales, convirtiendo a muchas personas en víctimas inocentes.
La inutilidad del polígrafo radica en su incapacidad para ofrecer resultados concluyentes y en su alto potencial de manipulación. La verdad y la mentira son conceptos complejos que no pueden reducirse a simples reacciones fisiológicas. Por ello, es necesario erradicar su uso y optar por métodos de evaluación más fiables y justos.
El Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE) publicó el libro Polígrafo: Mitos y realidades, escrito por el experto israelí Tuvia Rosen. A pesar de haber dirigido una empresa dedicada a la aplicación del polígrafo, Rosen reconoce con notable sinceridad que cualquier persona posee un componente asociativo, lo que significa que si se le pregunta si conoce o ha consumido drogas, el aparato podría registrar una fuerte reacción fisiológica, simplemente porque la pregunta le evocó un recuerdo, sin que esto implique que haya cometido una conducta indebida.
El sistema nervioso simpático y parasimpático reacciona automáticamente ante ciertos estímulos, lo que demuestra que el polígrafo no es infalible. Según Rosen, este dispositivo solo mide reacciones fisiológicas y sus resultados, por sí solos, no pueden determinar culpabilidad, deshonestidad o ilegalidad.
Cuando fui Fiscal Central de Homicidios y Casos Relevantes de la Procuraduría General de Justicia del extinto Distrito Federal, en esos tiempos las instituciones de procuración de justicia comenzaron a adquirir polígrafos de gran tamaño, similares a un portafolio ancho con sensores externos. Posteriormente, estos dispositivos evolucionaron a versiones digitales más compactas, conectadas a una computadora.
El aparato consta de varios componentes:
- Sensores en los dedos, para medir señales eléctricas del cuerpo y cambios en la transpiración.
- Brazalete inflable en el brazo, con un manómetro para registrar la presión arterial.
- Cardiógrafo, que mide la frecuencia y ritmos cardíacos.
- Neumógrafo, dos tubos colocados en el pecho y abdomen para medir la respiración.
- Sensor de movimiento, un cojín en la silla del evaluado que detecta cualquier alteración postural.
Como pueden ver, la sola instalación de estos dispositivos en el cuerpo de los evaluados viola derechos fundamentales. A esto se suma la postura intimidatoria y agresiva que suelen adoptar los poligrafistas durante la evaluación.
En la siguiente entrega, compartiré algunas experiencias personales con el polígrafo, que permitirán comprender mejor la ilegalidad y arbitrariedad de su aplicación.