Vicepresidente Nacional de COPARMEX, Presidente de ASUME y Grupo IPS, Consejero del CCE y CONCAMIN, habla sobre los efectos de los nuevos aranceles.
Agencia Excélsior
El secretario de Economía Marcelo Ebrard afirmó recientemente, con razón, que “entramos a un nuevo sistema comercial en el mundo”, a raíz de las medidas arancelarias anunciadas por Donald Trump el pasado 2 de abril. Una realidad que es imprescindible asumir.
Aunque México no se vio afectado directamente en las transacciones que se realizan bajo el marco del T-MEC —que cubren aproximadamente el 50% del comercio bilateral con Estados Unidos—, el entorno comercial se ha vuelto más incierto y desafiante.
El propio secretario reconoció la necesidad de seguir negociando. Persisten presiones en sectores clave como el automotriz, el acero y el aluminio, y la otra mitad del comercio bilateral —la que no se rige por el tratado— ya no podrá beneficiarse del principio de “la nación más favorecida” de la Organización Mundial del Comercio y enfrentará aranceles de hasta 25%, condicionados al avance en temas como la migración y el combate al fentanilo. Esto confirma que el comercio internacional ha dejado de ser un terreno estrictamente técnico para convertirse en un instrumento de presión geopolítica.
La imposición de aranceles generales por parte del gobierno estadounidense representa un retroceso que podría agravar la desaceleración económica global. Las medidas proteccionistas elevan los costos, alteran las cadenas de suministro, impactan los tipos de cambio y generan un entorno de incertidumbre, más allá de considerar que en el fondo puede ser parte de una estrategia de negociación en el cambio del orden económico, como probablemente sea la suspensión por 90 días de las medidas previamente anunciadas.
Paradójicamente, este entorno de tensión también abre una oportunidad para México. Pero para aprovecharla se requiere algo más que reacción: es indispensable construir una visión geopolítica que guíe la estrategia económica del país. Una visión que permita consolidar a México como un actor confiable, indispensable y competitivo dentro de América del Norte.
Esa visión debe tener varios pilares:
Profundizar la integración regional. El T-MEC ofrece ventajas claras que deben aprovecharse más ampliamente. Esto implica incorporar a más empresas —en
particular PyMEs— a las cadenas de valor regionales, sustituir importaciones por producción nacional y asegurar que un mayor porcentaje de las exportaciones cumpla con las reglas del tratado.
Posicionarse como destino estratégico para la inversión extranjera. El fenómeno del nearshoring representa una oportunidad real, pero solo se materializará si México ofrece certidumbre jurídica, infraestructura moderna, seguridad y una política energética clara.
Impulsar la cooperación internacional en tecnología e innovación. Temas como inteligencia artificial, manufactura avanzada y energía deben formar parte de una agenda de integración productiva con Estados Unidos y Canadá, para mantener la relevancia del país en el entorno global.
Fortalecer la seguridad nacional y regional. México no puede proyectar estabilidad económica sin atender los retos del crimen organizado, la inseguridad fronteriza y la migración desordenada. Estos temas hoy forman parte de la agenda comercial, y condicionan la interlocución con Washington. En este contexto, por ejemplo, buscar negociar marcos laborales que promuevan una migración ordenada y legal, alineada con las necesidades de sectores estratégicos en Estados Unidos. Esto no solo contribuiría a fortalecer la relación bilateral, sino también a garantizar oportunidades laborales para trabajadores capacitados y productivos, fomentando un flujo migratorio que beneficie a ambas naciones.
La visión geopolítica no debe perder de vista a China, se requiere una relación pragmática. Es necesario reforzar los controles aduaneros, evitar triangulaciones y fomentar la producción nacional en industrias estratégicas.
Por otra parte, el sector empresarial ha advertido que sin condiciones adecuadas —certeza jurídica, seguridad, energía, marcos regulatorios estables— el país no podrá atraer ni retener inversiones. Si no se atienden con pertinencia estos aspectos, México no podrá aprovechar esta coyuntura.
Aquí, es crucial entender que la relación entre el gobierno y el sector privado no debe estar marcada por el antagonismo y la oposición per se. Se necesita una colaboración estratégica al margen de posiciones ideológicas. Las empresas han reiterado su compromiso con el libre comercio, la innovación, la integración regional y el desarrollo para todos.
Al mismo tiempo, como lo hemos señalado con insistencia, no se deben ignorar las señales del deterioro económico interno. La inversión continúa estancada, el consumo pierde fuerza, la actividad económica muestra menor dinamismo y el empleo formal no crece al ritmo necesario. Estas tendencias no deben usarse como justificación ni explicarse únicamente por el entorno externo. Se deben reconocer y atender con seriedad.
La oportunidad existe, pero no es automática. Dependerá de la capacidad del país para articular una estrategia basada en su posición geopolítica, construir condiciones internas favorables y asumir con responsabilidad los desafíos del nuevo entorno global.