Los investigadores realizan, en su libro ‘La silla embrujada’, un trayecto por las sucesiones presidenciales que ha tenido México durante los siglos XX y XXI
Agencia Excélsior
La silla presidencial está embrujada. Cualquier persona buena que se siente en ella se convierte en mala. Deberíamos quemarla”. Esto le respondió Emiliano Zapata a Francisco Villa cuando, en diciembre de 1914, ambos caudillos revolucionarios llegaron a Palacio Nacional y vieron la silla. Villa se sentó en ella y se tomó la foto. Zapata se negó tajante.
Este suceso inspiró el título La silla embrujada (Grijalbo), el primer libro que escriben en coautoría el investigador y escritor Alejandro Rosas (1969) y el doctor en Historia Carlos Silva (1968), tras una amistad de 30 años nacida por su gusto por esta disciplina.
Con un lenguaje sencillo y sentido del humor, el volumen, que será presentado el 11 de junio a las 19:30 horas en la librería El Péndulo de Polanco, ofrece al lector un recorrido minucioso por las sucesiones presidenciales mexicanas durante los siglos XX y XXI a través de anécdotas, hechos históricos, nombres y datos.
No es un libro político, sino histórico. No es una visión coyuntural ni responde a la sucesión presidencial de 2024. Queremos dar una interpretación sobre la historia del poder en México, los procesos electorales, la democracia y el presidencialismo, que contribuya a la discusión, al análisis y la divulgación de nuestro pasado”, comentan los autores en entrevista con Excélsior.
Llegamos a la conclusión de que la silla presidencial sí está embrujada. Pesa mucho, según la personalidad de quien llega. Antes, la persona puede ser de otro modo, pero en el momento en que se sienta y se siente con todo el poder, todo cambia. Creo que los embruja y dejan de ver la realidad como es. Este poder debería acotarse”, afirma Rosas.
Este mal del embrujamiento tiene que ver con lo que decía Josefina Zoraida Vázquez, que los políticos mexicanos no están preparados técnicamente para cumplir un sexenio. Esto los convierte en políticos y no en estadistas, por eso pierden la noción de la realidad. Por eso esas intentonas de quedarse en el poder o seguir influyendo”, agrega Silva.
Coinciden en que esta revisión histórica es fundamental, sobre todo este año que México cumple dos siglos de haber adoptado la república como forma de gobierno.
Porque tenemos la memoria tan corta, sobre todo las nuevas generaciones, hay que valorar el periodo que tomó llegar a una democracia más o menos funcional como la actual. Hoy, es la ciudadanía la que va, presta su casa, preside la mesa y cuenta los votos; algo que no se veía antes de 1997”, añade Rosas.
El egresado de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM detalla que el país enfrentó primero “un momento muy sangriento en las sucesiones presidenciales, de Carranza, Calles, Obregón; y todavía un intento de magnicidio con Pascual Rubio, cuando tomó posesión.
Luego, entramos en esa institucionalidad monolítica del PRI; cuando lo interesante para todos era el destape, pues el elegido iba a ser presidente, no había manera de que no lo fuera, salvo lo que sucedió con Colosio. Y luego la alternancia desarrolló una nueva etapa que involucra al partido en el poder y a la oposición. Sí ha habido un avance”, señala.
Silva, quien ha sido investigador-huésped de la Universidad Católica de Georgetown, en Washington, destaca que este libro está basado en fuentes de primera mano y en interpretaciones directas. “Es muy responsable. Creo que quien debería leerlo son los políticos, para que aprendieran historia y de estos procesos; y se dieran cuenta que ya no podemos vivir del pasado. Hay que fortalecer los órganos, los marcos jurídicos, y seguir avanzando”.
Rosas aclara que, en 200 años de ser república, “sólo 27, de 1997 a la fecha, el voto tiene un valor que puede definir una elección; antes no. Y todo cambió cuando el gobierno dejó de ser juez y parte en la elección”.
Por esta razón, ambos entrevistados añaden que se debe consolidar la ciudadanía.
A buena parte de la sociedad le falta asumirse como ciudadanos. No debemos dejar el futuro en manos de otro. Tenemos que dejar de ser pueblo, menores de edad, y asumirnos como ciudadanos. Un verdadero ciudadano es quien ejerce, exige y defiende sus derechos políticos”, concluyen.