Higinio Ruiz y Pablo Sernas destacan que sólo ocho talleres en Oaxaca se dedican a la elaboración de coronas
Agencia Excélsior/OAXACA.
En Oaxaca, sobresale un oficio que por amor al arte se resiste a desaparecer, que conecta el presente con el pasado prehispánico, se trata del arte plumario. Un oficio solitario y de mucha paciencia para unir cientos de plumas en una pieza que da cuerpo a una corona, que más tarde lucirá en la Danza de la pluma.
Como en tiempos de las sociedades aztecas y mexicas, los artesanos oaxaqueños, cuya materia prima son las plumas de guajolote, dedican su tiempo a teñirlas y tejerlas, de tal manera que es difícil saber donde termina una pluma y empieza otra.
Higinio Ruiz Ramírez, de 74 años, es un artesano avecindado en el municipio conurbado de Cuilápam de Guerrero, descendiente de una estirpe dedicada al arte plumario. Una de sus mayores satisfacciones es ser el autor de la corona (penacho) que recibió el papa Juan Pablo II, en su visita a la comunidad en 1979.
Mi trabajo es continuar un oficio heredado, que me ha dado mucha satisfacción como crear innumerables coronas llevadas por varias generaciones de danzantes intérpretes de la Danza de la pluma, en la Guelaguetza, dentro y fuera del país”.
En Tenochtitlan –la metrópoli de los aztecas–, los artistas se reunían por barrios, y los amantecas estaban en Amatlán, de ahí proviene el nombre. “Sin embargo, ese término dejó de usarse, así como el de plumajero, de unos años a la fecha nos llaman artesanos de penachos.”
Comentó que las coronas también han evolucionado. Antes eran rústicas, actualmente llevan doble capa, por lo que lucen más espesas y brillantes. Cabe destacar que el uso de plumas no requiere el sacrificio del ave, sino que éstas se aprovechan en el mudaje natural del plumaje.
Para la creación, don Higinio emplea una base de varas de carrizo, a las que cose las plumas de guajolote criollo, previamente teñidas con anilina vegetal. El hilo de cáñamo que usa para coser le pone como fijador cera negra de abeja.
Otras partes de la corona es una base de hojalata, espejos, listón y pompones de estambre; en conjunto, cada corona llega a pesar cuatro kilos.
DE TLACOCHAHUAYA PARA EL MUNDO
Ubicada en los Valles Centrales, en la comunidad de San Jerónimo Tlacochahuaya, vive el artesano Pablo Sernas Hernández, quien se reconoce como indígena zapoteco, su trabajo lo combina con la dirección del grupo de Danza de la Pluma Huehuecóyotl (Coyote Viejo).
Desde hace 15 años elaboro coronas de plumas, soy autodidacta. Mi inquietud surgió por la necesidad de mantener viva la tradición de la Danza de la pluma. Al paso de los años me ha dado muchas satisfacciones”, comentó.
El danzante y artesano invitó a Excélsior a su taller. En este espacio resaltan los colores vivos del plumaje suave al tacto. Tiene varias piezas en proceso de acabado, que serán admiradas en celebraciones religiosas, costumbristas y festividades de oaxaqueños radicados en cualquier parte del orbe.
Explicó que la forma de la corona más conocida es de una puesta del sol o de abanico, “una analogía del ciclo agrícola o movimiento del sol”, apuntó. Sin embargo, hay piezas en forma de círculo en las que resaltan diseños con figuras geométricas complejas, como la de Tlacochahuaya”, anotó.
La corona de abanico lleva espejos, “son cinco y representan a la Osa Mayor, que se asocia al cálculo astronómico, además de que la danza asemeja a la forma de la siembra de milpa”.
Finalmente, el maestro Sernas expresó su preocupación ante la posible extinción del oficio.
A la fecha no más de ocho talleres se dedican de tiempo completo a la elaboración de coronas de plumas en Cuilápam de Guerrero, San Jerónimo Tlacochahuaya, Santo Tomás Jalieza, Teotitlán del Valle y Villa de Zaachila, por lo que “urge sembrar el interés por mantener viva esta danza que representa al Valle de Oaxaca”, consideró.