El escritor José Luis Trueba Lara reúne y disecciona en su libro «Mitos mexicanos» (Penguin Random House) ocho iconos de la mexicanidad.
Agencia Excélsior
La identidad propia y ajena son casi siempre un misterio. Pero la identidad del colectivo parece ser en apariencia más reconocible: somos mexicanos. Somos los que comen chile, los que usan sombreros charros, los que toman tequila, los corruptos y léperos… ¿O no?
El escritor José Luis Trueba Lara reúne en su libro Mitos mexicanos (Taurus) ocho iconos de la mexicanidad y los disecciona para averiguar si son tan ciertos como creemos que son.
Repasando a las chinas y los charros, los peladitos y las adelitas, los 41 y los corruptos, los jugadores y a la “señora que trabaja de la Patria” el escritor indaga si hoy en día son significativos para la llamada mexicanidad.
Dices que no eres patriota, pero escribiste un libro que define al patriota mexicano.
Una cosa es que yo no sea un nacionalista y otra que no esté enamorado de mi país. Yo creo que el nacionalismo a veces nos estorba y nos impide ver la realidad.
Los nacionalismos son una invención y México también: somos una nación que se fue construyendo por hechos históricos, pero no existe un gen mexicano. Lo mexicano no está hecho necesariamente de cosas reales.
Al escribir estos Mitos mexicanos me pregunté de dónde sacamos estos símbolos que nos definen como mexicanos. No tengo nada en contra del símbolo que son los mariachis o las chinas poblanas, pero habría que entenderlas porque están llenas de contradicciones.
¿Por qué elegiste tan solo ocho iconos para hablar de la mexicanidad?
Me parece que son un buen muestrario de los personajes que actualmente todavía creemos que nos definen: la china poblana, los 41, la adelita, etc. Todos ellos tienen una gran prosapia.
Mi duda fue: ¿De verdad esos personajes son así? ¿si yo llegó a una vecindad en realidad me los encontraré? ¿Por qué nos convencimos de que los mexicanos somos así de desmadrosos? Ahí está el mito. Deje uno fuera, la prostituta, que tiene un espacio imaginario que habría que explorar en un ensayo mucho más amplio.
¿Desde la distancia de un mexicano no patriota que notaste?
Me encontré muchísimas cosas que no imaginaba. Por ejemplo, pensaba y creía que los charros eran personajes fundamentales en la historia del país y descubrí que no tanto y que no son del mundo rural sino del urbano. Me puse a revisar la música ranchera y noté que los compositores no viven en rancho sino en ciudades.
Observando esas contradicciones llegué a la conclusión de que hay una intención, no pensada, de creernos el cuento de lo mexicano.
En tu libro dices que una nación es en realidad un relato y que el patriotismo es la fe en ese relato.
Nuestro relato es profundamente religioso, la mexicanidad se parece mucho al éxodo de la biblia.
Había una vez un pueblo elegido (que somos nosotros por supuesto y que no quepa duda) que vivía en un Edén, es decir el México prehispánico, donde todo era mejor. Luego, esa idea se repite con Miguel Hidalgo, que es un Moisés que nos llevaría al paraíso, pero no sucedió porque apareció otro faraón, que en ese caso fueron los conservadores malvados. Luego apareció otro nuevo Moisés que se llamaba Benito Juárez, un hombre que a la menor provocación se aventaba una frase célebre, pero tampoco logró llevarnos al paraiso porque surgió otro faraón llamado Porfirio Díaz.
Más adelante llegaron otros salvadores como Francisco I. Madero, Álvaro Obregón, Elías Calles y así hasta ahora. Y así se nos quedó la costumbre sexenal de esperar un mesías.
Ese relato necesita que haya personajes malos y buenos, pero también a un charro popular para conectar con el pueblo. Hemos ido creando una historia de esas características y al final nos convencemos de que es cierta.
¿Por qué crees que nos alineamos en ese relato?
Sucede en todo el mundo, no somos tan originales. El toque religioso es de origen porque antes de existir México, cuando solo se hablaba de una colonia española, lo que se tenía en común era la religión. La virgen de Guadalupe es el único espacio en el que entraba toda la Colonia y ese espacio dio lugar a una nación unida por la fe.
Esa idea la tenemos tan metida en la piel que puedes, como decía José Revueltas, ser ateo y guadalupano sin ninguna contradicción.
¿Por qué dices que no eres patriota?
No me gusta el nacionalismo porque nos impide ver nuestros errores y esa postura nos dice que somos perfectos y claramente no lo somos. Si así fuera yo, y todos los mexicanos, tendríamos que ser fan de las canciones rancheras.
Si caemos en ese relato podemos empezar a justificar muchos horrores basados en estereotipos. Hay que sentarnos a pensar qué decimos que somos y así poder mirar al país con una visión más serena y darnos cuenta que, por buenos que seamos, tenemos mucho camino que recorrer.
Prefiero tener una mirada crítica sobre las tradiciones; las hay maravillosas como el chile en nogada, pero hay otras que causan dolor y muerte. Tradiciones que justifican injusticias, por eso pensar que hay un político que puede salvarnos y llevarnos al paraíso es muy peligroso.
Hay algo terrible en normalizar la persecución a los homosexuales, en la idea de que la corrupción es un problema nacional y no tiene remedio.
Hay tradiciones que debemos revisar y no tiene nada de malo perder algunas. Por ejemplo, los sacrificios humanos desaparecieron y, que yo sepa, nadie la extraña.
Habría que preguntarnos por qué no perdemos la tradición del machismo, de la corrupción y de la necesidad de un mesías.