La narradora y poeta mexicana publica La fiesta prometida, en la que hurga en su identidad, sus lecturas y sus amigos
Agencia Excélsior
Una verdadera fiesta tiene, en su núcleo, lo mismo que una rebelión: una comunidad se organiza para abrir un paréntesis y crear nuevas reglas. Esto demuestra la nueva novela de Jennifer Clement (1960), La fiesta prometida (Lumen), un viaje de la memoria por su infancia y su juventud, enmarcadas por dos urbes vitales: la Ciudad de México y Nueva York.
La vida es siempre una fiesta prometida. Y el libro está lleno de fiestas. Hay también un eco de la tierra prometida”, comenta en entrevista la narradora sobre esta historia de complicidad entre amigos, en la que ratifica su amor por México, indica.
Es una memoria. El mercado ha exigido de la memoria que suene y que se lea como si fuera una novela. Es muy cómodo para el lector. Pero realmente ni la vida ni la memoria son así.
Respecto a la estructura, escogí contarla en capítulos pequeños, pues T.S. Eliot dice que la vida es un todo hecho de fragmentos. La novela es como un mosaico que forma un mural”, agrega.
La también poeta mexicana, de origen estadunidense, explica que, tras cinco años de confección, dio vida a este libro que relata cómo se hizo escritora y lo que la marcó, sus lecturas, la música que escuchó y los personajes con los que convivió.
Pero también es la historia de esas dos ciudades en dos momentos excepcionales. Para mí son urbes hermanas, se van tejiendo. En la parte mexicana hay referencias constantes a Nueva York y viceversa”, señala tajante.
Quien estudió Literatura Inglesa y Antropología en la Universidad de Nueva York, y Literatura Francesa en París, está convencida de que el azar ha jugado un papel determinante en su vida.
Por casualidad, cuando llegamos a México, mi padre decidió que nos estableciéramos en una casa ubicada en la calle donde vivía Ruth Rivera, la hija del pintor Diego Rivera, que ahora es el Museo Estudio. Ese era mi segundo hogar. La nieta de Rivera, Ruth María, era mi mejor amiga. Y en ese barrio vivía el pintor Gunther Gerzso, los O´Gorman, los Cuevas”, detalla.
Cuando me fui a Nueva York, también todo fue azaroso. Trabajaba de mesera y mi compañera era la novia del artista Jean-Michel Basquiat, por eso me hice amiga de él. Pero ese gran momento de apertura, de libertad, se fue con el sida”, lamenta.
Quien tuvo a la bailarina Waldeen von Falkenstein como su maestra de baile, también conoció bien al poeta catalán Ramón Xirau y su esposa Ana María Icaza.
Ana María me contó dos historias sobre Elena Garro, que comparto en el libro para que no se pierdan. Resulta que Elena les mandó dos ataúdes de Gayosso, dos coronas de flores y sillas, todo para un funeral de los dos, porque se peleó horrible con ellos. Un día, cuando llegaron a su casa, ya estaba todo instalado. ¿Qué te dice eso de Elena?”, pregunta.
Pero, más allá de las ricas anécdotas y las personalidades, la autora de Ladydi y La viuda Basquiat añade que la pregunta que subyace en la novela es ¿qué es lo más importante que me ha sucedido que no me he dado cuenta?
De toda esa experiencia sale mi decisión por México. Una parte del libro es mi amor a México. ¿Qué es lo que hay aquí que no puedo dejar? Es donde me siento bien”, dice.
La fiesta prometida, que se llevará al cine, se presentará el 3 de septiembre en la Librería El Péndulo de la colonia Roma, a las 19:30 horas.