martes, noviembre 26, 2024

Sortea desafíos por el bien vivir de las indígenas; Poj Kää fortalece la colectividad mixe-ayuujk

Ya con su título universitario en mano, Lilia regresó a la Sierra Norte de Oaxaca para organizar a las mujeres de Tlahui en la preservación de conocimientos ancestrales y el combate a las violencias

Agencia Excélsior/SANTA MARÍA TLAHUITOLTEPEC, Oax.

Ésta es la historia de Lilia Pérez Díaz, quien es parte del 1% de la población indígena que logra tener acceso a una licenciatura en México.

En lo más alto de la Sierra Norte de Oaxaca, donde las montañas se unen con las nubes, Lilia trazó una nueva vía para las mujeres mixe-ayuujk y ha desafiado cualquier proyección educativa para las jóvenes de su comunidad.

Sin titubear y con el título en la mano, desde la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en la Ciudad de México regresó a las montañas oaxaqueñas para cumplir su sueño de infancia: contribuir al “bien vivir” de las mujeres o “vivir dignamente” y preservar los conocimientos ancestrales de su comunidad a través de su formación en antropología social.

Desde la organización de mujeres que Lilia creó en su comunidad y ahora coordina, llamada Poj Kää (Jaguar del Viento) ha ido recuperando y sistematizando la sabiduría de las abuelas: herbolaria, partería o uso del temazcal, como complemento para purificar y sanar a los habitantes.

Poj Kää ha abierto nuevos espacios para las mujeres indígenas. Entre la maleza se asoma una construcción de dos pisos, aún en obra negra, que Lilia convirtió en sus oficinas. Ahí, sosteniendo de la mano a su hija de tres años, las recibe para escucharlas en ayuujk —lengua indígena de la comunidad—; darles asesorías, ya que cuenta con un área legal, y para ir creando una biblioteca y una selección de todas las plantas medicinales que hay en el municipio de Santa María Tlahuitoltepec.

“Nosotras empezamos a trabajar en Tlahui —como le llaman coloquialmente a este lugar—, aproximadamente en 2009, con un grupo de compañeras indígenas profesionistas. “Fuimos afortunadas de formarnos en la universidad, había compañeras psicólogas, una abogada, antropóloga y una administradora”, contó Lilia a Excélsior.

Lilia y sus compañeras universitarias y fundadoras de Poj Kää rompieron cualquier estadística educativa: según el Inegi, el promedio de escolaridad de la población indígena en Oaxaca es de 5.4 años, que equivale a una primaria incompleta; pero para las mujeres todavía es menor, de apenas cinco años cursados.

De su generación, por ejemplo, de la veintena de mujeres que estaban en su comunidad, sólo tres, contándola a ella, tuvieron la oportunidad de trasladarse a otras ciudades para inscribirse en una universidad, porque la educación en Tlahui es hasta el bachillerato.

La universidad más cercana está en Oaxaca, la capital, a 117 kilómetros de distancia.

“Una de las razones por las que la población indígena trunca sus estudios es que la mayoría vive en pobreza y cerca de 30% en pobreza extrema”, de acuerdo con una investigación de Lorenza Villa Lever, académica de la UNAM, quien documentó que sólo entre 1% y 3% de la comunidad indígena cursa una universidad.

Lilia confesó que mientras estudiaba en la CDXM hubo muchos días que sintió hambre, pues los recursos que podían enviarle sus padres, quienes eran campesinos, eran insuficientes para todas sus necesidades.

La única posibilidad de poder concluir la universidad fue pedir dinero prestado y endeudarse.

“Comencé a pagar cuando acabé la universidad. Necesité endeudarme para poder pagar renta, alimentación y transporte”, dijo Lilia.

De lo primero que hizo cuando regresó a Tlahuitoltepec, perteneciente a uno de los distritos Mixe y de nueve mil habitantes aproximadamente, en el que la mitad son mujeres, fue agruparse a sus otras compañeras universitarias, sembrar las primeras semillas de la organización de mujeres Poj Kää y establecer un diagnóstico sobre los problemas que  enfrentaban en la comunidad.

“Identificamos violencia doméstica, violencia intrafamiliar, violencia institucional y obstétrica. Esto fue en 2011”, explicó Lilia.

Por ejemplo, en los hospitales, los médicos no sólo desconocían la lengua indígena, sino que a las mujeres se les impedía ser acompañadas por la partera al momento del nacimiento del bebé.

O como en el caso de Zaula Torrez, a quien en el Registro Civil le elaboraron su acta de nacimiento con faltas de ortografía en su nombre y en su apellido. En lugar de la “z” era “s”, tanto al inicio de Saula, como al final de Torres.

Ya con este trabajo previo como organización, Poj Kää buscó financiamiento en varias instituciones del gobierno local y estatal, siempre sin éxito. Fondo Semillas, único fondo de mujeres en México, le dio un gran apoyo e impulso para poder seguir adelante.

“Yo diría que las mujeres organizadas son, ya de por sí, muy poderosas, como lo ha demostrado Poj Kää; aunque saben cómo hacer las cosas, necesitan algo más que organización, ganas, trabajo o sus propios recursos, y eso es financiamiento”, aseguró Érika Tamayo, coordinadora de Fondo Semillas.

Con este financiamiento, Poj Kää, Lilia ha logrado, por ejemplo, establecer un salario a las integrantes de la asociación o instalar baños secos y ecológicos para diez familias, en los que cada hogar ahorra hasta mil 500 litros de agua por día.

Las cocinas de la comunidad son otros lugares a los que Lilia ha penetrado para dignificar la labor de las mujeres, pues es donde mayor participación de ellas se tiene; sin embargo, a través de los años se ha invisibilizado “cuando las mujeres de la comunidad estamos sosteniendo la vida desde ahí”.

“Muchas veces se piensa que cuando hablamos de equidad de género nos referimos a que las mujeres vamos a suprimir el papel de los hombres, y no, ése no es el punto, sino que las mujeres podamos vivir nuestra vida dignamente o como decimos en ayuujk ‘el bien vivir’”, dijo.

Ahora, las nuevas generaciones de la comunidad van siguiendo los pasos y la misma ruta que Lilia trazó, como María Esther Vázquez, quien acaba de graduarse como bióloga en la UAM Xochimilco y ahora comienza su tesis de licenciatura.

Básicamente, su vida estudiantil en la CDMX se desarrolló entre la universidad y el lugar que consiguió para dormir. Como debía mantener una beca con más de 9 de calificación, estaba obligada a estudiar y hacer tareas todos los fines de semana.

Además, como era muy costoso para ella subirse a las trajineras de Xochimilco, pudo conocer los canales hasta que la llevaron de manera gratuita por parte de la propia UAM a una práctica profesional.

Hoy, Esther es la encargada de elaborar el herbario y entrevistar a las madres y a las abuelas para llevar el registro de las plantas medicinales.

“Esa pasión la tengo gracias a mi madre, que siempre trabajó en el campo con la milpa y mientras limpiaba la tierra, nos explicaba la  importancia de las plantas en nuestra alimentación y en nuestra vida”.

Lilia y Esther son pilares de Poj Kää y siguen inspirando y haciendo camino para las nuevas generaciones de mujeres en Tlahui.